El ministerio de Fomento ha filtrado a El País el vídeo del accidente de Barajas en el que murieron 154 personas y éste periódico lo ha ofrecido con publicidad (que luego han retirado), para sacarle las perras a la tragedia porque el capitalismo es el capitalismo, ya sea de derechas o izquierdas, y la pela es la pela, las acciones son las acciones y si no hay lucro lo mismo viene el cobrador del frac detrás de Juan Luis Cebrían, el ex franquista reciclado, al que Garzón va a desenterrar de una fosa de Prado del Rey donde dirigió los servicios informativos
de la dictadura.
No me extraña, porque "ser dueño de tu cuerpo es socialista", según unas declaraciones del ministro, Bernat Soria, que han sido muy comentados entre los posibles vendedores de riñones en el libre mercado capitalista /socialista de órganos, descubierto, una vez más, por nuestro insigne presidente del Gobierno. Si tu cuerpo es tuyo y es socialista disponer de él, vamos a ver compraventas de órganos en el sede de Ferraz. A lo menos. Y a Pepiño Blanco subastándolos.
Así que nuestros próceres pretenden ampliar los cuidados paliativos que ya existen en todas las comunidades autónomas tras su aprobación en el Consejo Interterritorial del SNS (del 14 de marzo de 2007), para incluir el suicidio asistido a los que no sean enfermos terminales. Sin distinción de edad, por lo que cuando un ciudadano se suba a un décimo piso para tirarse, ya no vamos a ver al policía salir a la cornisa para negociar y convencerlo de que no se tire. En ningún caso.
El protocolo zapateril exigirá que se llame a un médico que en vez de salir a la cornisa, lo convencerá para que entre en la habitación y se tumbe en la cama donde se le inyectará una sobredosis de morfina; una poción del doctor Lecter Montes para que muera agustito en la cama y no salte y no salpique de sangre que eso está muy feo y es muy escandaloso. Cosas de la derecha y los curas.
Así que ya no podremos leer que Ernerts Hemingway se ha pegado un tiro en la boca después de una de sus borracheras, ni que Larra se ha disparado en la sien por el amor de una mujer, ni que Cesare Pavese ha ingerido por desamor doce sobres de somníferos, ni que Malcolm Lowry se ha matado de una bestial borrachera, ni que Virginia Wolf se ha sumergido en el agua para ahogarse en el río o que Sylvia Plath ha metido la cabeza en el horno para suicidarse con el gas.
Se acabó el romanticismo suicida. Ahora todos ellos pedirían cita en el hospital e irán en fila al matadero con batas verdes, por riguroso orden de comparecencia. Una cita con la muerte facilitada incluso por teléfono e Internet. Y no se permitirá a nadie que se cuele y se respetará la vez. Que conste.