Antonio F. Marín: El Tren de la Bruja

16 de mayo de 2005

El Tren de la Bruja

Vale, sí, bueno, joder, hombre, que ya está; que juro por lo más sagrado (mi colección de cedés de la Tuna), que a mí novia y a mí nos echaron a escobazos del Tren de la Bruja. Y el que no se lo quiera creer que no se lo crea, que aquí no se obliga a nadie. Pero es rigurosamente cierto que mientras le metía mano a mi novia en el tren, apareció un tipo con una careta y con una escoba, un fascista, que nos anduvo dando escobazos todo el rato. El cabrón se escondía y cuando te confiabas y seguías metiéndole mano a la niña, aparecía de pronto y nos atizaba porque se conoce que no soportaba que los demás fuéramos felices.

Es que hay mucho amargado por la vida, sabe usted. Pero reaccioné y quise denunciarlo, aunque con poca fortuna porque cuando acudí a la policía me dijeron que nones, que no era un fascista y que no era un delito político. Y en la guardia civil pensaban lo mismo, pero en verde. En cualquier caso ya no voy más al Tren de la Bruja a meterle mano a la novia, cuando la tenga, porque España es un país muy atrasado que no tolera nada y le molesta todo.
Aunque he de aclarar que lo de acudir allí a meterle mano no fue una decisión precipitada, sino fruto de una madura reflexión pues lo habíamos intentado antes en la noria pero resultó que ella se mareaba y corríamos el riesgo de que se le volaran las bragas, que son de Prada, decía ella muy enfurruñada. Pues haberte puesto las del mercadillo, joder, le dije yo un tanto chuscarrado pues aquello me sabía a imprevisión. Y no lo era, porque nosotros no buscábamos aventuras peligrosas para darle más emoción al asunto como hacen muchos matrimonios cuando ya están aburridos de tanto mete y saca reglamentario.
Qué va. Ni mucho menos. No era nada de aventura arriesgada porque antes lo habíamos intentado también de una manera más clásica en el dormitorio de sus padres y de allí tuvimos que salir corriendo pues apareció el progenitor alardeando de títulos de propiedad sobre la cama y hecho un basilisco (es decir, una María Patiño sin depilar). Y nos echó de su dormitorio a empujones con la peregrina excusa de que la cama era suya, cuando nosotros no habíamos puesto en tela de juicio su titularidad, sino su uso.
Es que la cama de su hija es de cuerpo y estamos muy apretados, le decía yo tratando de argumentar razonadamente los motivos de que hubiéramos acudido a la suya que era más grande. Ni en la mía ni en la de mí hija, decía el tipo echando espumarajos por la boca, que se conoce que padecía alguna enfermedad de esas de tipo rabioso y no lo sabía. Un peligro, sabe usted, que a punto estuve de llamar al Centro de Control de Enfermedades de Atlanta. Lo que pasa es que no había cobertura.

Mobusi