Antonio F. Marín: Navidad

27 de diciembre de 2009

Navidad

Es Navidad y aparte de las luces, las cenas y las cucamonas de hermanamiento universal, también se nota como la efemérides se ha desvaído de tanto trajinarla y se nos ha quedado como un manoseado mantón de manila que sacamos a pasear una vez al año para la fiesta folclórica turístico-cultural. Nos lo recordaba el otro día la atea Almudena Grandes en El País : «Cuando yo era pequeña, la Navidad empezaba el 22 de diciembre. El día de la lotería nos daban las vacaciones, y por la tarde nos íbamos al centro a ver las luces. Este año, ya llevan puestas casi un mes. Y, digo yo, si ya somos paganos, ¿no podríamos volver a la austeridad de cuando éramos creyentes?»

Ella añora cuando la Navidad era austera, es decir, sencilla, es decir, cuando era Navidad y hasta los ateos la sentían como algo especial que no tenía nada que ver con las «fiestas» actuales en las que no sabes qué se celebra. Lo saben algunos, claro, unos pocos, porque

la mayoría la han asimilado como Hallowen y el muchacho del anuncio ya no regresa a casa con el Almendro, sino con el juego de la play. Pero algunos todavía añoramos los dulces caseros, la Misa de Gallo, poner el belén, decorar la casa, los Reyes Magos y pedir el aguilando de puerta en puerta, aunque sea una cebolla. Toda esta liturgia se ha esfumado y ya no volveremos a recuperarla porque ahora puedes comer turrón en Octubre y los juguetes de Reyes puedes mercarlos todo el año. Y los langostinos de la cena de Nochebuena se engullen también a destajo cualquier lunes al salir del trabajo. Proust ya no encuentra la magdalena, sino una hamburguesa con guirnaldas y luces de neón porque la Navidad la hemos alicatado hasta el techo y la pagamos a plazos con la tarjeta de crédito que la banca nos han facilitado para vivir la verdad, verdadera, en la república independiente de IKEA, es decir, en el centro comercial. Y con gasto.

Es lo que hay, verdad usted, porque recuerdo que hace dos años unos jóvenes llamaron a la puerta de mi casa y cuando vi que eran niños, les dije que no molestaran porque los niños que tocan el timbre para chingar por la noche son unos maleducados, etc., etc. “Vámonos”, se dijeron entre ellos. "Aquí tampoco nos dan el aguilando”. Y entonces me asomé un poco más y me di cuenta de que llevaban panderetas y zambombas, y que me había dejado llevar por los prejuicios y había supuesto que los niños no llaman a tu puerta para cantar villancicos, porque eso no es moderno, no se estila, no viste.

Así que bajé precipitado por las escaleras, los busqué por la calle y cuando los encontré les pedí disculpas y les di su aguinaldo. Me dieron las gracias alborozados y me volví emocionado reprochándome haber sido tan necio como para dejarme llevar por la dictadura políticamente correcta que te impide comportarte tal y como eres; tal y como somos una vez que nos hemos pelado de los chipirrinchis laicos. Al año siguiente los esperé pero ya no vinieron. Feliz Navidad.
(Columna publicada en el semanario de papel El Mirador de Cieza)

Mobusi