A estas alturas ya sólo me quedan unos 10 años de vida útil. Ya lo he hecho todo (bueno y malo), y la única ilusión que me quedaba por conocer ya la he cumplido. No me queda nada más que hacer o decir. Está todo hecho. He cumplido mis ilusiones de la infancia y he amado y sufrido como cualquier otro. "No se ama verdaderamente sino cuando se ama sin razón", aclaraba Anatole France.
Ya no me queda nada por hacer, excepto seguir viviendo la prórroga y preparar una vejez tranquila. Todo está consumado. No queda nada por vivir. "La vejez es una enfermedad como cualquier otra en la cual al final uno se muere irremisiblemente", nos recuerda Alberto Moravia.
Bueno, seamos optimistas y tomémoslo con sentido del humor como hacía Baudelaire.: "Lo irritante del amor estriba en que se trata de un crimen que requiere un cómplice". Es cierto. Y siguiendo con el humor he de aclarar a algunos que esto se llama "Diario de un dromedario" por prudencia.
Si lo titulo "Diario de un camello", podría mosquearse la Guardia Civil. Y además el dromedario sólo tiene una joroba y es más pequeño. Juan Ramón Jiménez, uno de los mejores poetas que ha dado esta tierra, se lo hizo
con un borrico en "Platero y yo".
O con un mulo o un asno, no estoy seguro, pero no importa: me levanto, busco el libro en las estanterías y veo que era "un burro pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se
diría todo de algodón". A mí me recuerda el coño de una chica, por lo pequeño, peludo, suave, etc"...Y si él se lo montó con un burro no sé por qué no puedo hacérmelo yo con un dromedario, que además es más alto.
Había pensado llamarlo 'Diario de una jirafa' que con su alto cuello lo ojea todo, pero lo de jirafa me recuerda a un semáforo. No sé porque. Esta mañana debo haberme olvidado de tomar las vitaminas.
(Cieza, Diario de un dromedario. 19 de junio)