El cura secularizado y casado, José Antonio Fernández, ha perdido muy dignamente en Estrasburgo el pleito que tenía con el Estado y la Iglesia (9 votos contra 8), tras ser expulsado como profesor de religión por haber participado, supuestamente, en un contubernio judeo-masónico para destruir a la Iglesia, digo, para atacar la unidad de España, digo, para infiltrar comunistas bajo la sotana.
José Antonio es un buenazo que cometió el pecado de enamorarse y que sigue a Jesucristo sin el fervorín de los chupacirios de estos pagos catolicones donde se persigue a los curas casados después de muchos años de proteger a los curas pederastas.
José Antonio no participó en movimiento secular alguno, pese a que lo retrataron en un encuentro de compañeros secularizados. Pero lo grave no es que un cura esté casado, sino que haya tanta clerigalla que se fije en el altavoz, en cómo es el sacerdote y no repare en la palabra que sale por él. Esos prójimos que le ponen túnicas con lentejuelas y pan de oro al altavoz y hacen caso omiso de la palabra que se oye por él (véase Ordet de Dreyer).
Tiene uno escrito que el mensaje de Jesucristo es tan profundo que es imposible seguirlo pues pronto se pierde de vista y nos da flato. José Antonio continúa siguiendo su palabra mientras otros se fijan más en el decorado y la policromía del altavoz, cuando sólo los páparos se obcecan con lo bonito que es el mueble o en la cantidad de vatios, y se olvidan del mensaje que sale por el bafle.
Cuando desaparezcan los Lignum Crucis o el Santo Sudario nos quedará la palabra, la auténtica fe de los que no se obstinan en la disquisición de si Jesucristo era alto, chepado, rubio, tuerto, casado o negro, porque lo que importa es lo que vino a recordarnos para ser felices y no lo que los demás quieren que diga «víctimas de la letra» (tanto si sus adeptos son conservadores, progresistas o del Betis manque pierda).
Jesucristo era un hombre de su época que cagaba en cuclillas en el campo y se limpiaba el culo con una piedra, ya ha quedado dicho, aunque algunos lo retraten y esculpan con túnicas de raso y ricitos de oro en plan anuncio de Nenuco. En la Iglesia ya existen curas casados como todos los anglicanos que se pasaron al catolicismo y los que ingresan en el seminario, con mujer incluida, porque Jesucristo no dijo nada del celibato y hasta el año 1139 los curas podían casarse (cartas a Timoteo y Tito). Y hasta san Pedro tenía suegra.
Uno no entiende el afán de los gais y los curas por disfrutar de una suegra, allá ellos, pero el papa Francisco ya ha advertido de que el celibato es una norma revisable y no un dogma. Cierto. Y hasta en algún concilio te encontrabas a las ‘putas de Trento’, conciliando en lo suyo. Pero lo importante es la palabra que sale por el altavoz y no si el aparato (el cura), es blanco, negro, casado, chepado o tuerto.
Columna publicada en el periódico El Mirador de Cieza.