Las parejas de 65 años que se divorcian se han duplicado en los últimos años. Una mala noticia porque como no me dé prisa en casarme no me va a dar tiempo a divorciarme. Me lo pierdo. Siempre ando despistado y llego tarde a todos los convites y saraos. No tengo remedio.
Tampoco lo tienen los políticos que se niegan a firmar un Pacto Anticorrupción que acelere las investigaciones judiciales y obligue a devolver lo robado. Que haga justicia con celeridad y evite que los salvapatrias se empeñen en salvarnos de nosotros mismos. Por nuestro bien. En España hay mucho paro pero todavía hay más gente ocupada en salvarte.
A mi unos católicos de esos que toman el nombre de los pobres, en vano, me han condenado al infierno. Ellos solos y sin ayuda de nadie. Y sin consultar con Dios porque se supone que ellos son los chivatos que le indican quién ha sido un niño malo para que lo castigue. Ellos te condenan y basta. A Dios y su misericordia que le den por culo.
Qué miedo, oye. Que miedo dan los salvapatrias y salvaalmas jauja-justicieros que van por ahí repartiendo el Vº Bº para vivir en la Tierra y en el cielo. Los apoya hasta Bertín Osborne, pero una cuestión es la justicia y otra Sor Lucia (la cuñada del padre Apeles), que quiere zurzir los entuertos que por aquí venimos denunciando desde hace años, en balde, porque «la ley estaba pensada para robagallinas y no para el gran defraudador», según nos advierte el presidente del Tribunal Supremo. Pero es que esa ley, y la trampa, la hacen los politicos, su vuecente eminencia.
Y pese a todo prosigue el baldeo, aunque lento, sin la ayuda del Sidol justicero que abrillanta pero no pule. Y poco a poco va cayendo el robín y la roña, y ya están en chironas unos cuantos, procesados otros cuales y en capilla otros nuevos como los del penúltimo escándalo.
Y es que hay casta y castas, aunque uno prefiere la casta de la escritora Pardo Bazan que ya en el siglo XIX (hace 150 años) echaba un polvo con el también escritor Pérez Galdós a bordo de un carruaje de caballos en medio la Castellana de Madrid, y encima se le olvidaban las bragas en la calle. «¿Qué habrá dicho el guarda de la Castellana al recogerlas?, le preguntaba con recochineo a su amante, su «miquiño mío».
150 años después en algunos pueblos de la España profunda invitas a una chica a una función de teatro y te pone cara como si las hubieras invitado a perder las bragas en la Gran Via. Cuestión de cultura. O de casta.
O de que eres feo, claro, según me dicen mis mejores ex-amigas. O porque te quieren ‘como amigo’, que es lo que aducen otras para no herirte, aunque conmigo han sido más escuetas y se han limitado a mandarme a la mierda. Sin delicadezas. Uno tenía que haber nacido hace 150 años, con la buena casta, porque así no hay forma de divorciarse. Ni de que te condenen en la Tierra. Ni de perder las bragas.
Columna publicada en el periódico El Mirador de Cieza.