Sobre gustos está todo por escribir porque a mí me gustan más los brazos y axilas de la nadadora Mireia Belmonte que sus ojos azules, pese a que este tipo de ojos sea el ‘más atractivo del mundo’. Pero cómo lo explicas. Cómo te acercas a una chica y le confiesas que tiene unos sobacos preciosos de nácar y cielo, como el mar infinito. «Abre tus ojos azules que quiero ver el mar», escriben algunos poetas. Cógete la coleta, cariño, que quiero ver la belleza del espacio profundo.
Supongo que pondría la misma jeta que exhibe el alcalde de Londres cuando ha dormido en el suelo para solidarizarse con los «sin techo» que también lo hacen. Un ‘happening’ muy diver porque podemos compartir el cartón de vino y liarnos unos petas, colega, aunque yo preferiría que durmieras en tu despacho y trates de solucionar la infamia de los 36.000 personas que viven en la calle. Así que duerme en tu despacho porque por aquí no sólo que deslumbras, sino que no queremos compartir tu foto electoral de ejemplar ciudadano caritativo en plan ‘Cándido’ berlanguiano.
O vente a Cieza y te cuento «lo del camión» del hospital, errante y ambulante, de mercadillo en mercadillo, para que evites caer en el populismo como el de la líder de Podemos andaluza que pretendían un referéndum para permitir las procesiones de Semana Santa; para que el pueblo decida lo que los augustos salvapatrias no quieren que quieras. Por nuestro bien.
No sé si la casta bananera vencerá al resto de partidos, pero con los que no podrán es con los semanasanteros sevillanos. Ni con los hosteleros que irían a la ruina porque manque me pese, las procesiones de Semana Santa ya no son religiosas sino de «interés» turístico.
No es que hayáis dado con la Iglesia, Sancho, sino que os habéis esclafado contra los semanasanteros sevillanos que, como la materia: ni se crea ni se destruye; sólo se transforma. Han dado en hueso, como pinché yo cuando creía que la poesía era un «arma cargada de futuro» (Celaya) y resultó que no, que aquella poesía mala y cursi de la adolescencia, como todas, sólo provocaba el menosprecio de mis amores cándidos y púberes. Incluso en alguna otra más después.
La poesía ha muerto y ahora me enfosco con los prosaicos sobacos bien depilados porque me gusta más la épica que la lírica y porque ya nadie te mira con el candor y la inocencia de Aridna, la preciosa hija de mis queridos Esther y Juancho (del Armónium), que hace honor a la película Ariane (1957) del genial Billy Wilder. Un filme que nos muestra el candor, la inocencia y el amor de la jovencita Audrey Hepburn por un maduro interpretado por Gary Cooper.
Una fábula con final feliz cuando la vida son sólo 35 mm de DNI que disipan los sueños de algodón n de azúcar y te baja a los adoquines de la realidad que no permiten amores ilusos, ni fantasías de tacones de aguja. Los ojos azules son los ojos azules, eso dicen. La coleta es para perversos fetichistas que ya no creen en nada. Sobre todo en el amor y los finales felices peliculeros.
Columna publicada en el periódico El Mirador de Cieza.