Una desproporcionada tentación
de ver sólo un trozo apetitoso de carne
rotunda y cocinada para la lívido,
con dos ojos que te tienen que mirar desde muy lejos,
tan lejos que puede que confundamos la distancia
y terminemos por encontrar nuestros propios ojos
mirándonos a nosotros mismos.
Entonces todo parecería que fuese cuestión de cerrarlos
y que las manos hablen y vean,
porque quizás en ese espejo no nos queramos ver jamás,
así de sumisa ella,
así de sumisos todos,
tan carne en la carne, tan inermes,
sintiendo tanta hambre de deseo
que hasta la misma hambre se harta.
Reto para el amor,
para sentarlo en el plato del ayuno y comer cómo y lo que sea...
Que las manos hablen, si se atreven,
que yo ya entorno la mirada y me callo.
Poema de Pedro Luis Almela, publicado en Hécate