Un estudio publicado en la revista Cancer Epidemiology asegura que los hombres que se acuestan con más de 20 mujeres a lo largo de su vida reducen en un 28% las posibilidades de tener cáncer de próstata. Me lo creo y me acongojo porque acabo de contar y no llego. Me faltan. Muchas. Y además no sabemos si cuentan los gatillazos. No sé si poner un anuncio en el periódico buscando una voluntaria que quiera hacer el favor, una caridad, para salvar mi vida.
Un favor, please, porque dice el ministro Montero que todos saldremos de la crisis, y es cierto, pero unos mejor que otros. Sobre todo los catalanes que con su pataleta independentista han conseguido que el FLA (que pagamos todos), les haya subvencionado sus chuches y que sigan abriendo embajadas en el exterior para promocionar el pantumaca y denigrar a los españoles porque ya se sabe que cuando a mujer le pone los cuernos a un independentista, la culpa es de España, claro.
Todavía recordamos cuando sacaron unas pancartas en el Parlamento en las que proclaman: «Yo me autoinculpo del 9N» (el día del referéndum de cartón piedra). Es el nivelazo intelectual de esta España chula flamenca y bravucona “pa’ chulo yo” que me autoinculpo ‘a ver si tienen cojones’ a hacerme algo en el mejor estilo de la España castiza de ‘no tienes huevos’; la España negra de Goya y Solana blasonada a garrotazos por unos medianías que se han aupado al machito gracias a unas falaces pretensiones con halitosis de ideología paleta que cuando no me permite sobresalir por méritos propios, me encarama al taburete patriotero para auparme y ser más guapo que nadie, mientras abro más embajadas y cierro quirófanos.
Todo lo contrario de los exquisitos que acudieron a la fiesta de Nochevieja del Club de Tenis, sin distinción de clase, colores o cuna, pues lucieron una educación y buenos modales que nos permitieron divertirnos esa noche, aunque al día siguiente cada uno se agarrara de nuevo a su pancarta.
Por allí vi a mis queridos militantes comunistas, socialistas, peperos, del CCCi, creyentes, ateos o raros espécimen de mal vivir (como un servidor), que disfrutamos en concordia hasta el alba; aunque uno anduviera como un pez fuera de la pecera, entre tanto joven pezquellín. La convivencia es tan sencilla como parece y sólo hay que añadirle por nuestra parte una pizca de tolerancia y educación; es decir, ‘la clase’ y el saber estar que no conoce ‘lucha de clases’, sino convivencia y respeto. La educación que devuelve las llamadas. Todos nos dejamos los prejuicios colgados en el guardarropa y pasamos a divertirnos. Incluso yo me olvidé de llevar el revolver.
Esa noche me cai del caballo camino de Damasco (quizás por las copas o por mi provecta edad), y tuve muy claro que esta sociedad no necesita salvapatrias, sino una miaja de educación, tolerancia y clase, que no es más que la cortesía y el respeto. Quizás se lo debamos al presidente Abelardo Pinar que consiguió que todos nos sintiéramos cómodos. Aunque creo que me moriré de la próstata porque me siguen faltando voluntarias para salvarme la vida. Ni una caridad. Son muy egoístas.
Columna publicada en el periódico El Mirador de Cieza.