Antonio F. Marín: En Cieza, su pueblo y el mío

26 de enero de 2005

En Cieza, su pueblo y el mío

No se me ha muerto nadie como del rayo (Miguel Hernández), pero ha empezado a nevar de broma, abonico, como suele hacerlo por aquí según he visto esta mañana cuando me he acercado a comprar el periódico y me he fijado en que algunos genios han dejado su huella neardenthal por las paredes, ensuciando fachadas y pintando cosas que no se entienden porque, curiosamente, en sus trazos velazqueños no se reclama nada, no se exige nada y sólo se hace constar la firma del autor de una forma ilegible.  Uno perdonaría estos achaques de ordinariez congénita (ya se sabe que sólo los tontos y los perullos van dejando su nombre por las paredes) si por encima de la firma constara alguna ocurrencia, por ejemplo: "No me toques el pito, que me irrito". Pero no. Sólo la firma inextricable del sujeto pues se conoce que los muchachos no tienen nada que decir, cuestión esta por otra parte que es muy natural a tenor de la última encuesta publica en la que se hace constar que la mitad de los jóvenes han dejado de ser católicos practicantes, el 20% de ellos cree en el horóscopo, el 10% viviría cómodamente en una dictadura, el 30% no lee ningún libro al año y otro 38 % no tiene absolutamente ningún problema y no se preocupa ni por el precio de la vivienda, ni por el futuro, ni por el trabajo. La feliz ignorancia. El gozo del tonto que le da todo igual y vive dichoso en su felicidad animal de no cuestionarse nada porque su barrio, como Brooklyn, no se expande.

Mobusi