Antonio F. Marín: Entretiempo

30 de agosto de 2010

Entretiempo

Cada uno cuenta la feria según le ha ido en ella (eso dicen), pero la de este año ha sido tan rácana que por no tener no hemos tenido ni arcos de colores, ni perro que nos ladre. Nos han adormecido con el sonajero del arroz con conejo, los retales y la sopa de ajo, por lo que no hemos tenido más remedio que reconstruirla, de nuevo, para vivirla en la memoria tal y como ya hizo uno en la novela ‘Entretiempo’ con un tío de la Pita que pregonaba el aroma a almendras garrapiñadas y el encendido de los arcos luminosos que grapaban las calles de fachada a fachada mientras sonaba, y suena, la música verbenera que retumba en los grandes altavoces amontonados en el tabernáculo principal del centro de la plaza de España, donde se cobija la verbena junto a la que los vecinos se sientan y levantan de las mesas y sillas dispuestas

frente a las tascas de las hermandades y en las que se apiparan de salchichas, morcillas, tocino frito y demás grasas variadas entre el murmurio de las mesas que se van ocupando, limpiando y vueltas a ocupar conforme los vecinos se allegan, se empachan y se van entre un incesante bullebulle sobre el que restalla la música de la verbena bajo el manto festivo de la patrona, digo, de los arcos luminosos que relumbran prendidos de unas bombillas que van acogiendo por debajo a una vecindad que se dispone a trampearle a la vida una breve parada en su arrollador tren laboral; un refrigerio en el andén rojo de la fiesta para escurrir lo que queda de verano hasta que el coliche se acabe y nos venga la despedida, el reventón, con el estallido final que apestilla la feria en el largo bulevar del Paseo donde ya de madrugada ‘se corre la traca’ que los pirotécnicos han colocado en zigzag de farola a farola y con distintas secuencias de velocidad para que al centellear y reventar por las alturas deje caer una lluvia de menudas estrellas de colores que van precipitándose como una catarata detrás de los jóvenes que huyen de su tronante desparrame procurando que no los pille el fuego y el castañeo de los estallidos que van tricotando en zigzag el Paseo hasta el final, por la Esquina del Convento, donde revienta el gordo; el trueno de fin de fiesta que pregona el remate de la holganza con el fuerte olor a pólvora que nos acompañará cuando la concurrencia se marche cariacontecida a terminar la noche porque ya no quedarán más bises, mañana zumbará en el despertador la sirena laboral y habrá que guardar el santo en naftalina hasta más ver; hasta el año que viene y vuelta a empezar, como la vida misma que se repite monótona hasta que ya no se la pueda escurrir y tengas que capitular y admitir que ya nunca será todo igual porque jamás volverás a subirte a los árboles, comerte el turrón duro o levantarle a las niñas la falda. Y entonces, claro, en el entretiempo…

(Columna publicada en el semanario de papel El Mirador de Cieza)

Mobusi