Malik se plantea obviedades y cuestiones que lleva el hombre haciéndose desde que bajó del árbol y descubrió que además de copular como un animal, podía amar y pensar. Y preguntarse por qué. Por qué, por qué y por qué. Por qué el silencio de Dios ante la injusticia y todas esas cuestiones que la teodicea se viene planteando desde hace años sin que nadie haya conseguido encontrar la respuesta, porque no hay Dios que la sepa.
Por eso el mérito de Malik es que no se atreve a dar ninguna solución y se limita a plantear las preguntas obvias y ponerle florituras periscópicas Hubell a la realidad. A la obviedad. Porque no es un “caleidoscopio”, como dicen
los enterados, sino un periscopio que asoma la nariz y va pillando escenas preciosistas tal y como ya hizo en “La delgada línea roja”. Porque Malik a veces estropea la historia con tanta retahíla de postales turísticas y fotos de National Geographic.
En realidad el protagonista de la peli es el hermano mayor, el niño que no entiende a Dios, ni tampoco a su padre (terrenal). Los dos son crueles. “Por favor, Dios, mátele, haz que muera”, le pide el niño al de arriba. “Por qué he de ser yo bueno si tú no lo eres”, le reprocha a Dios después de que su amigo muriera ahogado. Sin embargo no le pregunta lo mismo a su padre terrenal, pese a que lo putea y le aconseja que para triunfar no hay que ser muy honrado.
La idea clave asoma cuando el padre le dice al niño que lo perdone, que ha sido duro con él porque quería hacerlo duro, prepararlo para la vida, para que en el futuro pueda valerse y ser su propio jefe, es decir, que su padre terrenal ha sido malo por su bien, de igual forma que el padre celestial también lo podría ser para no malcriarlo. Tablas. Y ahí queda la cosa.