No somos políticos del común, como Rajoy, que nos prometía en la oposición agua por un tubo y ahora asiste impávido a las razias judiciales de la manchega Cospedal contra el último trasvase, tal y como hacia el socialista Barreda; de donde se trasvina que todos los políticos se aferran iracundos a la azada para defender el terruño, la linde o la patria chica zarzuelera.
Menos mal que nos han concedido la declaración de interés turístico nacional para la Semana Santa de Cieza. Un justo reconocimiento para todos los que han trabajado en ello sin
salvedad ideológica, partidaria, sindical o cultural. Ahora sólo falta que declaren el yacimiento de Medina Siyâsa de Interés Turístico Interplanetario, ya que es el verdadero patrimonio ancestral y cultural de este pueblo. Y de la humanidad.
La Navidad es menos turística pero también se merece un respeto, que se ilumine con unas luces que la concelebren por las calles porque como muy acertadamente señala un concejal del PSOE, no son un gasto, sino una inversión pues anima el comercio, el consumo y que la peña salga a la calle y ande más dichosa, pese a la crisis. Es una inversión en alegría, muy barata. A ver si Tamayo tiene las suficientes luces, para encenderlas.
Mas espinoso es impedir que se construya un edificio en la manzana del Cocodrilo para que no se tapone la línea recta diáfana entre los dos paseos. El acuerdo es peliagudo, los negocios son los negocios, pero Tamayo tiene experiencia en tropecientos convenios con campos de golf y demás chipirinchis, por lo que podría conseguir que nuestros descendientes no se pregunten dentro de unos siglos en qué coño pensaban sus ancestros (es decir, nosotros), para permitir semejante pegote entre los dos paseos.
Conseguirlo sería muy meritorio ahora que el Estado del Bienestar ha cosechado una sociedad sin Dioses en la que el suicidio es la primera causa de muerte «no natural» en España, superando incluso a los accidentes de tráfico. Lo que ocurre es que el suicido no es una muerte ‘no natural’, sino que a veces es tan natural como un repentino arrebato de lucidez, de sentido común, y por la misma razón por la que hay que estar muy borracho para comprender el flamenco (o la sociedad y sus personajes), quizás para entender la vida tienes que estar muerto. O a punto.
El suicidio es un drama, un apagón general cuando no esperas luz humana ni divina; aunque los que se las piran no sean los banqueros (como en el crisis del 29), sino la pobre gente hastiada de que un día sea igual al otro. Con crisis y sin crisis. «Confiamos en Dios; los demás pagan al contado», nos advertían en un cártel de un bar en Cádiz. De eso hace años, pero quizás sea el aviso que veamos a partir de ahora al entrar en cualquier garito. O lo que le responderemos a la chica cuando nos pregunte en qué piensas.
Columna publicada en el periódico El Mirador de Cieza.