Antonio F. Marín: En la cruz, trabajando

25 de marzo de 2016

En la cruz, trabajando

Tras los asesinatos islamistas en Bruselas por parte de unos cenutrios salvajes que nos quieren retrotraer a la Edad Media, cabría preguntarse por qué existe el mal, por qué Dios lo permite incluso en su nombre, pues estos zambombos matan por Él pues creen que Él lo quiere. No se sabe.

Nadie lo sabe, porque él mismo pasó por las imperfecciones de su propia creación y renegó de ella, tuvo dudas:   Dios mio por qué me has abandonado, que es además   la pregunta más tremenda de toda la teodicea y escatología teológica. Por qué el Dios humano pasa por los defectos de su propia creación sin que nadie le conteste pues sólo oye el silencio de Dios. Como nosotros. Como Bergman. Pero también con la confianza de que su Creación, al final, merecerá la pena: "en tus manos encomiendo mi espíritu".

Nadie sabe por qué permite el mal, pero uno se barrunta que porque siendo consciente de la limitaciones de su propia obra, de la imprescindible libertad para obrar mal y de su finitud (Dios no puede crear helados de calor, manque le pese), decide pasar por la libertad de los demás, por el mal, para demostrar que él también es consciente de esa inevitable libertad porque sin libertad seríamos robots muy

buenos que siempre quieren al padre y lo obedecen. Nosotros no aceptaríamos un ángel que nos apuntara con una pistola en el cuello para que seamos buenos, bajo pistola. Él tampoco.

Y al final: En tus manos encomiendo mi espíritu. La aceptación final de que el mal trago es inevitable e imprescindible para demostrar a todos que él también padece los defectos de su propia obra porque el mal es imprescindible para la libertad pues si no, sería una libertad bajo pistola.

¿Por qué Dios permite que a los niños les pasen cosas malas si ellos no tienen culpa de nada?, le preguntó una niña al Papa en uno de sus viajes. Y el Papa calló y contestó luego que ella había hecho la única pregunta que no tiene respuesta. Y si el Papa no la tiene no va a ser uno tan insensato para darla. O sugerirla. Porque no la tengo tampoco. Todos los filósofos y teólogos se la han planteado desde hace siglos y nadie ha encontrado la respuesta.

Yo también me he hecho esta pregunta miles de veces y sólo he encontrado consuelo en un suceso que me solía ocurrir cuando era niño y los pajaritos se caían del nido del tejado a la terraza interior de mi casa. Las primeras veces les daba de comer pan mojado con un palillo.

Los metía en una jaula y los alimentaban, pero siempre se me morían. Hasta que un verano se me ocurrió meter al pajarito en una cesta y dejarlo a la vista de la madre. Y la mamá pájaro bajaba y lo alimentaba hasta que creció y echó a volar. ¿Dónde está Dios?, me han preguntado mucha veces ante una injusticia. En la cruz, trabajando. Fichando en el curro para dar ejemplo, señalando el camino y pasando él también por el aro  de su imperfecta propia creación.

Y con dudas:  «Dios mío, por qué me has abandonado», le reprochaba al Creador. Pero también con  esperanza: «en tus manos encomiendo mi espíritu». Porque  si todo esto es obra  de la casualidad y   después de la muerte viene más muerte, nada tiene sentido.

Pero la respuesta no la sabe el Papa ni nadie porque sólo podemos suponer, con la insolencia con la que lo hace un servidor,   que quizás   Dios  sea demasiado humano y obre  como un servidor cuando los pajaritos se caían a la terraza  y lo dejaba allí abandonados con la esperanza de que bajara la madre a darle de comer y de beber, hasta que creciera y pudiera echar a volar, como hizo, aunque en aquéllos días de incertidumbre tú sufrieras por él y sólo pudieras ayudarle situándolo en un lugar a la sombra y bien visible, para que la madre  pudiera acudir  a darle de comer. Es la creación, que todos llevamos, y que hay que dejar libre porque yo jamás escribiría con una pistola en la nuca. Le exijo a Dios ser libre incluso para pecar. Y en el cielo también.

Dreyer: La Palabra (Ordet)
Y por eso quizá realmente consista el sentido de la existencia humana,  en la creación de obras de arte, en el acto artístico, ya que éste no posee una meta y es desinteresado. Quizá se demuestre precisamente en ello que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.  Andrei Tarkovski, Esculpir en el tiempo, Ed. Rialp. 

Lo del pajarito abandonado parece  cruel, pero era lo mejor para él. Y  lo mismo haríamos con una gacela aunque al soltarla alguien nos pudiera tachar de crueles por dejarla libre para que se la pueda comer un león, pero es mejor dejarla suelta que meterla en un zoológico muy protegida, pero presa. Porque de no existir el mal, la posibilidad de hacer el mal, todo sería como en una película de Walt Disney. O como una maceta de plástico en la que nada muere, pero nada vive, porque la vida «surge sólo donde hay imperfecciones», según dicen los listos, los científicos.

Uno más no sabe. Ni se atreve a saber, pero Dios  no puede  crear helados de calor. Y  no porque no sea todopoderoso,  sino porque  debe de saber que de hacerlo no sería ni  helado  ni calor,  o sea,  obviedad al canto y soplá por no comer.  Y  entonces…

La Palabra (Ordet), de Dreyer
…y entonces la pregunta sería si aun sabiendo que no podría crearlo perfecto al ser finito y con obvias  imperfecciones, por qué se empeñó en su creación; por qué  persistió en ella al bajar a la tierra como hombre  para ser crucificado por su propia obra, para padecer él mismo las consecuencias de su obra imperfecta y finita. Nadie lo sabe.

Sólo son suposiciones. Sólo queda la fe al abrigo  de la sospecha  de que, pese a todo, ese Dios sólo puede querer el bien para los suyos porque para hablar de Él tenemos que partir de que si existe busca el bien porque si no, no  sería Dios. Podría ser una anchoa o una tostadora, pero nunca Dios.

¿Por qué Dios permite en mal en los niños si no han hecho nada?...Pues porque lo del pecado original es una cuento chino para adultos, mientras los niños  piensan sin prejuicios. En la Palabra de Ordet son un loco y una niña los únicos que creen en la resurrección. Y ocurre porque tienen fe o son niños.

Mobusi