He leído un chiste gráfico de Ricardo en El Mundo en el que se ve a Ramón Sanpedro bajando desde el cielo una mano con una copa para brindar con Almenábar por el éxito del Oscar. ¿Del cielo? Y luego he leído que la familia de Sanpedro se ha alegrado del premio porque según dicen, “si Ramón nos está viendo, también se habrá alegrado”. Se ne pa’ posibbble. Sois ateos y entonces Sanpedro está muerto, finito y no ve nada porque no hay nada que ver pues no existe, no es, no ve. Está muerto, vaya, y él no sabe que se rodó una película sobre sus peripecias, ni que ésta ha ganado un Oscar, por los mismos siniestros argumentos por los que la protagonista de Million Dollar Baby tampoco supo que su benefactor (el padre que nunca tuvo y que ve en ella a la hija que tiene pero no tiene, tal para cual) tras darle matarile se fue de su ciudad porque no podía vivir con los remordimientos de conciencia tal y como le había advertido el cura al que fue a consultarle: “Olvídate de Dios, del infierno, del Cielo y de todo, porque lo que importa es que tú no podrás vivir con el sentimiento de
culpa”. Y acertó, porque lo deja todo, huye y se refugia en el café aquel al que fue con la chica a tomar tarta de limón. A mi la escena final de esta película me recordó a aquellas otras de los western en las que cuando un caballo se rompe la pata hay que pegarle un tiro en la oreja para que no sufra. Sólo eso. “Aséptica eficiencia veterinaria”, podría haber sido el título del filme. Lo que hace Clint Eastwood con la chica es precisamente lo que hice yo con mi perro Trotsky cuando vi que su vida no era viable, aunque después de ponerle la inyección y de salir de la clínica con su cadáver en una bolsa, no me fui a rodar una película. Y quizás por eso los abanderados de la "muerte digna" quieren que la eutanasia activa o el suicidio asistido lo practique el Estado a través de un hospital (de la clínica veterinaria), para no verlo y no tener unos sentimientos de culpa que no proceden porque después de todo sois ateos, se os recuerda, y no hay lugar para eso de “donde quiera que esté”, “si nos está viviendo” y toda esa liturgia que se suele recitar entre los laicos vuelagasas. Mal hecho. Porque la ha palmado, está muerto, no existe, no hay nada, no sabe que se rodó una película, ni sabe lo del Oscar. Nada. Cero. Caput. Finito. Se acabó. No hay nada, joder, ni nubes, ni cielo, que parece que tenéis más fe en la otra vida que los mismos creyentes. La ha palmado, está muerto y requetemuerto, hombre, a ver si os enteráis ya de una vez, aunque hayan filmado una película sobre su vida y os consoléis con esa cursilada de que "siempre vivirá en nuestro recuerdo y en nuestra película oscarizada". Por los cojones. Está apestosamente podrido de gusanos y sin esperanza. Lo dicen los niños en Cieza, mi pueblo: “La muerte pelá”, nunca mejor dicho.