Antonio F. Marín: La insulsa banalidad del poder

3 de octubre de 2005

La insulsa banalidad del poder

El presidente del Gobierno ha declarado que su postura respecto al Estatuto aprobado en el Parlamento de Cataluña "no es de rechazo, ni de asumirlo sin más". Vale. Ni chicha ni limoná. Es el príncipe de la banalidad, de lo inane, de no decir nada y de construir castillos de algodón con frambuesa y caramelo. Es la insulsa banalidad del poder. Porque aunque el Partido Socialista llevaba en su programa electoral la reforma de los estatutos "con arreglo a la Constitución y con amplio consenso" (como ya se ha hecho con el de Valencia), también llevaba en él que el Estado de las Autonomías “ni está agotado, ni sobrepasado, ni superado, ni hay que desbordarlo”. Más claro agua, digo, el Libro Gordo de Petete, por lo que no se entiende que se incumpla el propio programa electoral a no ser que se ande de rehén electoral de un paleto cerril como Carold Rovira (la foca bigotuda), al necesitarlo imperiosamente para gobernar tanto en Madrid como en Cataluña, pues ya sabemos que la política no es el arte de lo posible, según el clásico, sino vender a tu madre con tal de seguir aferrado a
la poltrona. Curioso. Tanto o más que sean los periodistas que taparon la corrupción del barrio de el Carmel y las comisiones del 3%, los que aplaudieran alborozados la aprobación del estatuto en el Parlamento catalán, usted me manda señorito. Dignidad profesional colegiada. Políticos, periodistas, empresarios, sindicatos, obispos y futbolistas en el mismo régimen nacionalsindicalista, mismamente que en el franquismo. Sólo falta Berlanga para que ruede la película. Pero me gustaría saber si los que votaron al PSOE el 14 de marzo se imaginaban este “desbordamiento” que pone en solfa toda la Transición política que felizmente nos ha mantenido en paz durante treinta años. Me acuerdo del socialista Tierno Galván y lo comparo con este muchacho y me da urticaria porque éste no es más que un figurín que habla como un jefe de planta de El Corte Inglés. No hay más. Su mayor bagaje intelectual ha sido corregir a Jesucristo con aquella memez de que es la libertad la que nos hace verdaderos (que se lo digan a los esclavos ludópatas). La ignorancia, que es muy atrevida. Un iluminado bienintencionado como Gavrilo Princip, el idealista nacionalista serbio que queriendo resolver una injusticia, le tiró en Sarajevo una bomba al archiduque Francisco Fernando de Habsburgo y provocó la I Guerra Mundial y la segunda, de rebote, por su iluso idealismo de arreglar le mundo, “dejadme solo”, con el que todos los adolescentes sueñan en su infancia mientras leen “Juan Salvador Gaviota”. Dos guerras mundiales y millones de muertos por culpa de un iluminado “arreglamundos”. Dios nos guarde de los utópicos bienintencionados y de los adeptos a Juan Salvador Gaviota. A mí el señor Zapatero me cae fatal y no precisamente por sus aires de autosuficiencia de seminarista renegado o por su personalidad de sobrino aplicado de Rosa Regás, sino porque está haciendo bueno a José María Aznar. Y eso sí que no se lo perdono.

Mobusi