Antonio F. Marín: Pol tol morro

6 de diciembre de 2005

Pol tol morro

Eduardo Pedreño, un cartagenero que vive y trabaja en Madrid, ha reproducido un comentario mío en su blog acogiéndose a la licencia Creative Commons. No hacía falta, Eduardo, que te arroparas en la licencia porque no me importa que reproduzcan mis comentarios si citan la fuente y lo enlazan a este blog como muy correctamente has hecho tú. De todas formas gracias por citarme y por tus cumplidos. No todos son igual de caballeros como Eduardo, porque me constan que me han fusilado mis comentarios (sobre todo los de cachondeo), para adjudicárselos ellos con nombre y apellidos. Pol tol morro. Esto me hace desconfiar de todo y de todos y por eso no suelo trabajar para nadie que no sea yo mismo. Por razones obvias, sí, porque si yo me he despedido varias a veces a mí mismo, me imagino lo que harán los demás también conmigo mismo. Una crueldad. Bastante tengo con mis propios despidos conmigo mismo para tener que aguantar que encima me despidan los demás sinmigo mismo. Yo, mí, me, conmigo, les digo yo. Tú, ti, te, sintigo, me dicen ellos. Y por eso nunca he aguantado a los jefes. No me he llevado bien con ninguno, porque todos
los jefes son como las novias, que quieren conocerte antes de echar un polvo o de contratarte. Pero es que cuando me conozcas vas a salir corriendo, les suele uno explicar a los jefes (y a las novias), sin mucho éxito, sobre todo con ellas que son más tiquismiquis. ¿Para qué quieres conocerme si ya te digo yo por anticipado que soy un cerdo?, les suelo preguntar. Y cuando me conozcas no voy a poder follar contigo por lo que mejor nos lo hacemos aquí mismo, de pie, y luego ya me conocerás, que para eso tenemos toda la vida por delante y no hay que ser impaciente que las prisas no son buenas consejeras, según nos suelen argumentar los responsables de RENFE.
Nota: La foto de arriba de Tawnee Stone no tiene nada que ver con el texto, pero me he prendado de sus ojos, de su mirada y de su sonrisa. Sobre todo de su sonrisa. Y de esa mirada que se te clava en el alma.

Mobusi