Empezó a desnudarse tranquilamente, dejando caer primero su falda, luego sus enaguas. Se quitó el corpiño y luego, quedándose en corsé y bragas, se soltó el hermoso pelo, sacudiendo la cabeza para que ondease. Porque Harriet Marwood no era una mujer corriente. Poseía una rara especie de sensualidad que se encontraba a sus anchas en una curiosa combinación de protección maternal y crueldad despiadada. Ahora, cautivada por el rostro y la figura de su alumno, era feliz con su dominio absoluto.
- Lo ves, querido muchacho, aunque ahora sea un joven de fortuna, sigues sin embargo bajo mi absoluta autoridad. – Harriet sonrió repentinamente-. Bien, ¿te atrae la idea?
- Oh, sí, señora.
- ¿Aunque sea tu ama y te tenga controlado, Richard?
- Oh sí, señorita –susurró el muchacho-. A pesar de todo eso, la amaré y seré feliz
La institutriz Inglesa – Anónimo – La fuente de Jade – Alcor.