Ha terminado el carnaval y me alegro porque no me gusta y no me trae buenos recuerdos, ninguno, ya que cuando era pequeño me disfrazaron de chica y resulta que le gusté a todos los chicos que veía y se pasaron los tres días detrás de mi para meterme mano. Es que de pequeño uno era muy mono. Y mona. Pero ellos eran unos pesados. Insufribles. Sólo pensaban en lo mismo. Y además, como se me caigan las bragas (falta de experiencia me supongo), los niños interpretaban que yo era puta (el cine es que hace mucho daño en las mentes en formación) y no paraban de tirarme los tejos regalándome sus juguetes. Y yo se los aceptaba porque se conoce que me iba eso de ser puta. Y muy puta, a tenor del éxito que conseguía, porque me lo pase muy bien jugando con sus juguetes, hasta que conseguí convencerlos de que yo no era una niña porque apretaba la pasta de dientes por el centro y me dejaba la tapa del
váter subida. Y se convencieron, aunque no les devolví los juguetes, porque ya nos decía Santa Rita que lo que se da, ya no se quita. Luego me disfracé de tonto del pueblo, que a mí siempre me ha salido muy bien y no tengo que fingir, ni nada, me sale muy natural, pero había mucha competencia y me echaron del puesto porque me acusaron de "intrusismo profesional". Una injusticia, porque luego todos los tontos titulares se han metido a concejales y diputados y el puesto está vacante. Así que como no me gusta el carnaval, estos días he salido a la calle con cierto desapego, sin importarme mucho lo que pasaba, hasta que ayer llegué a un parque y vi a una chica en una posturita 'upskirt' enseñando la braguita y los muslos. Y le di la revista Hola para que se entretuviera allí arriba leyéndola y que yo pudiera hacerle una foto, la foto de arriba que me ha quedado muy bien. No sé de qué iba disfrazada, todavía no lo sé, porque me quedé prendado de su posturita y todavía no me he desprendido. Es que engancha.