Unos intelectuales de la talla de Alfredo Bryce Echenique, Carlos Fuentes, Fernando Arrabal, Nadine Gordimer, Juan Goytisolo, Bernard-Henri Lévy, Paul Preston, Mario Vargas Llosa, Günter Grass, y otros, que no son curas irlandeses precisamente, suscribieron hace poco un manifiesto en el que denunciaban que aunque pudiera parecer que en el País Vasco había libertad y democracia, no la había, según ellos, “porque los ciudadanos libres están condenados a muerte por los mercenarios terroristas, y sometidos a la humillación de sus cómplices nacionalistas, pues deben esconderse, disimular sus costumbres, omitir la dirección de su domicilio, pedir la protección de escoltas y temer constantemente por su vida y la de sus familiares”. Eso han firmado unos ciudadanos que para mí tienen más credibilidad y legitimidad intelectual que ese cura irlandés que va por ahí proclamando a
bocinazos que los cómplices de los asesinos de niños quieren la paz. Que los iluminados que han decretado quién vive y quién no vive, y que han asesinado por la espalda a 800 ciudadanos inocentes y a 20 niños, quieren la paz y que a las víctimas lo que hay que hacer es apartarlas del “proceso de paz” porque lo españoles no sabemos ser demócratas. No estamos preparados. Y a mí no me extraña esta actitud del personaje porque me recuerda a aquellos curas que cuando una mujer llegaba al confesionario y buscaba su apoyo porque su marido le pegaba, le aconsejaban paciencia, aguantar y resignación cristiana para salvar la paz en el matrimonio. La paz es lo importante, decían. El cura irlandés tiene pues experiencia en “procesos de paz” y cuando sale del confesionario y se viene a España lleva las idea fijas: hay que machacar a los débiles para que el tirano se sienta cómodo y en paz. Creo que esto viene en el nuevo evangelio gnóstico de Reig, digo de Judas. Y es que con algunos “ciudadanos” la democracia es más difícil que follar con bragas. O en un Sinca 1000, según Los inhumanos.