Hay una forma de acabar con la pobreza, decía José Luis Coll: matar a los pobres. Él lo decía con recochineo, pero nuestro prohombre del Tinell y “rojo justiciero de la banca”, ha hurgado con el dedo en su pesquis y ha dado con la fórmula para acabar con el fracaso escolar: pasarlos a todos de curso. No hay fracaso, puesto que nadie repite. Una idea brillante, de esas que surgen de madrugada y te hacen levantarte de la cama para apuntarla y que pase a la posterioridad. Estamos gobernados por unos genios y nosotros sin saberlo porque ya nos advirtieron de su aptitud intelectual cuando dejaron que el agua dulce fuera al mar para que se salara y luego desalarla, ya saben: como vender el coche para comprar la gasolina.
Pero eso no es todo, qué va, porque entonces llega nuestra excelsa ministra de Educación, Mercedes Cabrera, y confiesa arrobada que no cree que el hecho de que los escolares puedan pasar de curso con cuatro asignaturas suspendidas, sea rebajar la exigencia educativa, sino “reconocer el esfuerzo de haber aprobado las otras ocho”. Y tiene razón, qué quieres que te diga, porque eso es lo que yo siempre le he dicho a mis ex jefes: “Porque falte cuatro días, no pasa nada, porque hay que valorar los ocho días que
sí que he trabajado”. Pero no lo entendían. Y me echaron. Les voy a mandar las declaraciones de la Cabrera para que rabien y se chichen; chincha, ravincha, que tengo una piña con muchos piñones y tú no los comes.
Y a mis novias también las voy a amonestar, digo a mis ex novias, porque resulta que ellas tampoco lo entendían: “Cuatro gatillazos no significan que no te quiera, porque tienes que valorar que hemos echado ocho polvos”. Que tiene mucho mérito, según la acreditada ministra de Educación. Y las reclamaciones a la maestra Cabrera, aunque me temo que las chicas no comparten el criterio de la ministra para ignorar los cuatro gatillazos y se enfadan como la lolita de la foto de arriba. Ven, que te voy a pasar de curso, te dirán muy encorajinadas.