Mientras una parte de la prensa se ha acogido al "derecho a informar" pagando nueve millones de euros por unas fotos de Angelina de Mairena y Amapolas Prit, los amantes de la libertad de expresión siguen regocijándose alborozados con la condena a Jiménez Losantos por criticar a un político y a un supuesto periodista, director de periódico para más coña, el pobre, que ha tenido que llamar a la profesora doña Justicia porque un niño muy malo, un abusón de recreo, le ha hecho pupita al llamarlo Carcalejos. Un miedica, este Zarzalejos. Aunque es sabido que la caguetilla y el miedo, son libres.
Pero si la presunta Justicia condena a alguien por criticar o insultar a un director de periódico y a un alcalde, dentro de poco veremos condenas por criticar una obra de teatro o una novela porque obviamente las críticas son insultos que también dañan el honor de los autores. Qué más puede mancillar el honor de un escritor o un cineasta que decirle
que su obra es un bodrio. Llegaremos a ello, días y ollas, porque el fascismo y los fascistas no descansan jamás.
Hemos llegado al culmen democrático en el que insultar al poder, a la autoridad, es pecado y delito y pueden llamar al guardia de la porra. Los mismos que celebran con jolgorio el Mayo del 68, el "prohibido prohibir" y toda esa ristra y rosario de gritos indisciplinados por la libertad y desobediencia civil, se congratulan de que se multe aun tipo por insultar a la autoridad como en los mejores tiempos del franquismo. La autoridad, ay, la autoridad y su honor mancillado como en el siglo XVII.
Nunca me ha caído bien Losantos, pero en realidad la culpa es suya por tontucio pues en esta pseudodemocracia hay que criticar, abroncar, silbar y befarse pero haciéndolo entre líneas, como en las dictaduras. Si yo llamo a Zapatero "prohombre", le estoy diciendo que es un imbécil, pero no puede meterme mano porque no daña su honor, suponiendo que lo tenga. Si a Pepiño Blanco le digo "Pericles", le estoy diciendo que es tonto del haba, pero no hay forma de que me meta mano.
Hay que usar la ironía, que es una facultad del alma, según dicen, y que hiere más que el insulto, porque en las dictaduras hay que escribir entre líneas y vivimos en la dictadura de unos medianías cursiprogres que quieren cercenar la libertad en aras de proteger el honor que ya sabemos que desde siempre, suele andar en el coño de las mujeres más que en las redacciones de los periódicos. O eso creíamos.