Las televisiones españolas retransmitieron ayer la toma de posesión del presidente americano y dentro de unos días el nuestro, el de casa, va a acudir a un plató de televisión para entrevistarse con algunos españoles mientras el Parlamento lleva desde antes de Navidad sin abrir sus puertas, sin trabajar, y se conoce que cerrado "por descanso del personal", que se suele poner en algunos bares.
Y cerrado va a seguir hasta el próximo mes de febrero porque se conoce que nos interesa más lo que hace el presidente ajeno que lo que pueda hacer el nuestro en nuestro propio Parlamento,
que no hace, ya digo, porque está cerrado y prefiere departir en la tele con algunos ciudadanos como si estuviera en la barra del bar tomándose unas birras y unos pinchitos de tortilla. Porque el Parlamento está cerrado, ya digo.
Y lo peor es que nadie lo echa de menos. Cuatro meses cerrado y tenemos la absoluta seguridad de que podría estar seis. O siete. O quizás como en la dictadura que sólo servía para debates y votaciones testimoniales. Tanto luchar por la libertad, por la palabra, por el parlamento y el debate, y tenemos una dictadura partitocrática encubierta sin que nadie diga nada, se levante, ni diga "esto es una vergüenza". Menos mal que tenemos a Obama, nuestro Salvador.