Harriet era en realidad una antigua experta en el arte de estimular los sensibles genitales de un muchacho. Era un arte que había adquirido a fuer de hacerlo con gusto y que había desarrollado hasta tal refinamiento que, cuando quería, podía hacer de ello un ejercicio de la más voluptuosa crueldad. Y ése era su objetivo en la presente ocasión.
Al sentir endurecerse lentamente el pene, Richard profería hondos suspiros de placer. La delicadeza de esos dedos era irresistible, la complaciente y f´ñacil estimulación de sus nervios, eras tan exquisitamente diestra que casi se desmaya de placer. Deseó con fuerza el orgasmo. El esperma parecía acumulado en la base de su
palpitante verga y de repente sintió la brusca presión de los fuertes dedos de ella cortando el placer, convirtiéndolo en una sensación de contrición y molestia.
- No, Richard –la oyó murmurar-. No
Y él permaneció sujeto entre las rodillas de Harriet, temblando con un dolor exasperante en las entrañas.
- Lo ves, Richard –dijo con voz dulce-, estás en mis poder. A partir de ahora vas a ser cada vez más consciente de ello. No creas que voy a tolerar tus vilezas. No, lo que estoy haciendo es sólo otro castigo. Con esto y comn el látigo te enseñaré el hábito del autodominio.
Dos veces más lo llevó hasta el mismo vértice del orgasmo. El muchacho, con el cuerpo tembloroso y convulso por el deseo desesperado de liberar si esperma, sufrir su verdadero tormento de deseo implacable. Pero para aquel entonces, Harriet ya tenía suficiente de ese cruel y exasperante juego. De inmediato le soltó y entonces, abrazándolo apretó los labios contra los suyos en un largo y trémulo beso.
La institutriz inglesa". Anónimo. Ediciones Alcor - Colección "La fuente de jade"