Ante ella se desplegar una visión del futuro en un repentino destello de belleza: la visión de un marido cuya devoción nunca se debilitaría, cuya disposición lo convertía en su diligente esclavo para siempre.
Cerro los ojos despacio. Le inundo una oleada cálida de felicidad, que arrulló su cuerpo fatigado. Mientras se sumía en sueños, tendió involuntariamente la mano hacia la mesita de noche y tocó el látigo como para asegurarse, acariciando por un instante el símbolo de su victoria, el talisman de su presente goce, la garantía de su felicidad y satisfacción en los años venideros". FIN.
Texto extraído del libro: "La institutriz inglesa".
Ediciones Alcor
Colección "La fuente de jade"
(Libro descatalogado)