Y está como un queso a sus 51 años pues tiene ese halo de distinción, de estilo, que convierte a una chica normalita en una despampanante. Es aristócrata y suponemos que eso ayuda, pero también ha sido modelo del genial fotógrafo fetichista Helmut Newton, con ese aire andrógino, pero
femenino, que engatusa porque además dicen los expertos que se "come la pasarela", pese a su edad.
Ya nos
advertía Stephen Vizinczey en su novela “En brazos de la mujer
madura” que las cuarentonas están para mojar pan. Y queso. Porque
saben más de la vida y tienen más experiencia. Y son más prudentes, seguras de sí mismas y selectivas. Saben lo que quieren y se permiten el lujo de
elegir. Y si no encuentran un tipo que esté a su altura prefieren la soledad.
Es lo que les ocurre a muchas chicas de
ahora: que son inteligentes y no aguantan al primer capullo que llegue, aunque
esté buenísimo, y buscan a uno al que puedan admirar. Que esté a su altura. El
problema es que estos tíos no abundan, quizás por eso Inés sigue soltera, según
creo.
“Alta y espigada” –escriben
en Vogue-, “Inés ha transformado su marcada androginia en una sutil
feminidad: nadie consigue ser tan arrebatadoramente atractiva como ella
llevando mocasines planos y más, teniendo en cuenta que calza un 42 y camisas
masculinas. Sus intensos ojos de gato le ayudan bastante”.
Y eso es lo malo: que no gasta tacones de aguja, como nos gustan a los tíos salidos, pero se lo podemos perdonar. Y que está muy, muy delgada, cuando a nosotros nos gustan rellenitas. Y que como es francesa probablemente practique la depilación francesa en vez de la brasileña. Pero esto, claro, es un suponer. O pensar mal. O mal pensar. Y se lo podemos perdonar, ya digo.
Y eso es lo malo: que no gasta tacones de aguja, como nos gustan a los tíos salidos, pero se lo podemos perdonar. Y que está muy, muy delgada, cuando a nosotros nos gustan rellenitas. Y que como es francesa probablemente practique la depilación francesa en vez de la brasileña. Pero esto, claro, es un suponer. O pensar mal. O mal pensar. Y se lo podemos perdonar, ya digo.