Antonio F. Marín: La fiesta nacional catalana o vasca, y la mala reputación

11 de octubre de 2016

La fiesta nacional catalana o vasca, y la mala reputación

No he usado mucho  Tuiter porque soy de subordinadas y  tengo el coco tan expandido  que no doy para escribir en 140 caracteres. En cualquier caso en ese corto espacio pueden caber las mayores zarandajas e infamias pues si bien estas redes han democratizado la opinión, cierto, también les ha dado a todos  los tontos un megáfono para que puedan decir sus cuitas, perejiles y cosas.

No hay nada más peligroso que un tonto con megáfono. Recuerdo que se pusieron de moda en una feria de Cieza, los vendían a tutiplén  muy baratos y me eche a temblar. Efectivamente: todos los tontos se agenciaron uno y aquello fue un aquelarre. Tuiter es igual que un megáfono de mercadillo. Es cierto que ha contribuido a dejar limpios los aseos públicos, pero a un precio muy caro. Si dijéramos que Tuiter es el nuevo sustituto de los tontos que dejaban sus posdatas en los aseos públicos quizás no haríamos justicia, pero no erraríamos mucho.

A la gente no le gusta que uno tenga su propia fe
Y viene esto a cuento porque un niño que quiere ser torero (hay niños que quieren ser piratas, ladrones, policías, wikingos, puteros o millonarios),  y ha sido condenado a muerte por los animalistas que son capaces de proteger una vaca, como en la India, aunque los humanos se mueran hambre. No entiendo de toros y me da igual que los maten en la silla eléctrica del matadero o en la dehesa, digo, en la plaza, pero si nos ponemos clarividentes no sé por qué hay que proteger a un toro y no a una cucaracha. ¿Hay animales de primera? ¿Hay casta animal? No sé si estos animalistas también aman a las ladillas o las chinches, no me extrañaría, pero yo me corro de gusto al matarlas. Soy un asesino animal. Y sin remordimientos.

Los animalistas arguyen que sus compis  son hervivoros, como las gallinas que  se pasan su corta vida encerradas en unas jaulas del tamaño de una caja de zapatos. Los cerdos también son herbívoros y nadie menta nada del jamón.  Los animalistas de las ladillas, los piojos y las chinches protegen a ciertos animales del sufrimiento, pero no a todos porque tendrían que proponerse a ellos mismos su suicidio colectivo.  No conozco  ningún animalista que no merezca la pena meterlo en un corral.

Uno era indiferente a los toros porque siempre me han atraído más las fiestas fetish o femdom, según, pues me pone mucho ver a un negro mandingo sometiendo a una zorra blanca, pero ante tanto énfasis y cardado festivo con esto de la fiesta nacional,  me he preocupado por enterarme y resulta que ahora me gustan los toros (y el estofado). Los animalistas me han aficionado a la fiesta nacional que hoy se celebra, por cierto, con la deseada ausencia de los Pablitos Bananas, del momento, que andan más preocupados por la fiesta nacional catalana o vasca que por la española.

La patria es la infancia....
Una fiesta comarcal y pueblerina que me la chupa. Lo cantaba Pablo Ibáñez, pero se le ha vuelto en su contra: A la gente no le gusta que, uno tenga su propia fe... cuando la fiesta nacional (la Diada o el Aberri Aguna)... yo me quedo en la cama igual, que la música militar nunca me supo levantar (a mi no me levanta, ni me la levanta,  El Segador o toda ese cancionero populistas y aldeano), pues en el mundo no hay mayor pecado que no seguir al abanderado..., etc, etc, por lo que uno tiene "mala reputación", es decir, que me la chupan los patrioteros catalanes,vascos o el Betis manque pierda ya sean de Pablito Bananas o de los justicieros trabucaires con sotana y desahucios.

Si Berlanga anduviera en las suyas nos dibujaría una caricatura de estos caricatos que con su nueva política, de hace siglos, nos están haciendo amar la de toda la vida. Y si Valle Inclan los retratara ahora habría suicidios colectivos en esta tropa que nos ha traído el festolín de lo palurdo elevado al cubo de la paletada. Son así y hay que tenerles pena. Los pobres no saben más, excepto echarle la culpa de su fracaso a la sociedad. Como todo mediocre que se precie.

Mobusi