Antonio F. Marín: Yo no quiero ser princesa

11 de mayo de 2005

Yo no quiero ser princesa


Los príncipes van a tener un hijo que ya viene con la corona de pan debajo del brazo. Me alegro por ellos, pero no los envidio. A mí es que eso de ser príncipe no me va, me cansa. La verdad es que no me lo han propuesto y algunos dirán que es envidia cochina, puede, pero quiero dar fe de que si me propusieran ser príncipe lo rechazaría. Ni de Asturias ni de Ricote. Y no es por humildad, de verdad, sino por pereza pues es una pesadez muy enojosa. Tienes que estar todo el día trajeado y de aquí para allá, de inauguración a convite y de convite a inauguración. Es como ir de padrino de boda pero
todos los días. Y eso cansa. No se puede estar todo el día de boda, un día sí y otro también. Y encima sin repartir puros. Y dándole la mano a todo el mundo. Qué asco. Sí el príncipe meara en los aseos públicos como hace un servidor no le daría jamás la mano a nadie. Lo que pasa es que como él mea en el palacio no se entera de que nadie se lava las manos después de tocarse el manubrio. Unos marranos. Es lo malo que tiene ser príncipe que tienes que dar la mano a todo el mundo sin saber si los tíos se han lavado las manos después de mear. Las mujeres no sé si se lavan porque últimamente no me invitan a entrar en los aseos femeninos. Pero me temo lo peor. Insisto en que no quiero ser príncipe ni aunque me lo proponga el mismo rey. No quiero hacerle un feo, majestad, no se me enfade, pero las cosas como son. No insista. Otra vez será. Porque además si eres príncipe te tienes que casar, tener hijos y que todos te feliciten, y uno está ya escardado de enhorabuenas porque la última vez que me felicitaron fue cuando me quedé el último en un concurso de ajedrez. Luego supe que era con recochineo. Es que eso del ajedrez es muy jodido, sabe usted, porque tienes que mover una fichas muy raras para adelante, en vertical y a saltitos, y cuando estás en lo mejor porque has llegado con ellas muy lejos, van y te las comen para que no ganes, los muy tramposos que no saben qué inventar para impedirte el triunfo. Pero nunca seré príncipe, decía, ni tampoco princesa, lo siento majestad, porque estoy seguro de que me caería de esos tacones. Lo de los tacones es que está muy bien para ir a la biblioteca, por ejemplo, porque llegas a las últimas estanterías, pero qué pasa cuando te tienes que ir de un sitio sin pagar. Molestan. Estorban. Puede ser que la princesa no pague en ningún sitio, que la inviten y no tenga que salir corriendo, que bien mirado es la única ventaja que yo le veo a eso de ser princesa. No pagas y no corres. En fin, otra vez será.

Mobusi