Y mientras cientos de miles de ciudadanos se manifestaban en Madrid para que el Gobierno no siga dándole cuartelillo a la banda terrorista ETA (sin que ninguno de ellos llamara asesino a Zapatero), el insigne dómine Peces Barba (el de la honorabilidad vitalicia), volvía a pontificar en un sermón apostólico a sus secuaces de Sevilla proclamando que ciertos sectores de la Iglesia “son dañinos para la democracia” (ABC). Uno creía que lo que es dañino para la democracia es diferenciar entre buenos y malos, según se estudia en preescolar, aunque quizás esta elemental lección de convivencia parvularia todavía no le ha llegado al dómine a la altura de su cátedra. Y también creíamos que todo era bueno para la democracia, que había que atraer a todo el mundo a la democracia sin excluir a nadie y que de lo que se trataba era precisamente de que todos se cobijaran en ella independientemente de sus ideas, porque en ella todas eran igual de
válidas. Eso al menos es lo que siempre se nos ha dicho, que “las ideas no delinquen”, para justificar que los terroristas etarras estén en el Parlamento vasco, por ejemplo. Pues no. El dómine de “los buenos y los malos” se ha reunido con la Policía del Pensamiento y ha decidido qué es bueno, qué es malo, quién es demócrata y qué instituciones son aptas para la democracia y cuales son dañinas. Y por eso se niegan a ilegalizar al partido de los terroristas vascos porque los asesinos de niños no son dañinos para la democracia, pero ciertos sectores de la jerarquía de la Iglesia sí que lo son. Yo particularmente creo que todo lo es que malo para el dómine es bueno para la humanidad, por lo que como él considera dañina para la democracia a la jerarquía de la Iglesia, he llegado a la conclusión que tiene que ser buenísima. Así que me he ido corriendo a refugiarme en ella. Menos mal que nos queda la Iglesia como último refugio contra los canallas.