Antonio F. Marín: Shoe dangling

10 de julio de 2005

Shoe dangling


Un lector ha dejado un comentario en el que dice que no comparte mis opiniones (es normal) y que lo mejor de este weblog son las fotos. Como las fotos no son mías, supongo que alaba mi criterio para seleccionarlas. Algo es algo. Yo creía que gustaban más mis payasadas, pero por lo menos reconoce que tengo buen gusto para elegir las fotos. Pues aquí va otra más. Otra foto para la colección fetichista, genuina escena "shoedanglig" o posturita que adoptan alguna mujeres deliciosamente perversas (algunos dicen sicalípticas, pero a mí eso me suena al Antiguo Testamento) , para seducirte, decía, colgando el zapato de la punta de sus pie y balanceándolo, mientras dejan el resto del pie al aíre. Esta posturita hay que hacerla con una exquisita dejadez, como quien no quiere
la cosa, mientras ella te mira de vez en cuando a los ojos y te sonríe pícara proponiéndote muchas cosas inimaginables. En realidad te habla con el balanceo del zapato y te lo cuenta todo muy lenguaraz. El otro día me encontré a una de ellas en el Centro de Salud de Cieza; una chica que trabaja en esa profesión que creo que llaman "visitador médico" y que esperaba en el ambulatorio de San Gertrudis a que viniera el doctor para mostrarle el muestrario de medicamentos. Estaba sentada frente a mí a cierta distancia y no paraba de contarme cosas mientras balanceaba el zapato con la punta de su pie (una mules de fino tacón), lo dejaba colgando, lo movía y lo balanceaba mientras me miraba, lo miraba, me volvía a mirar y lo volvía a balancear hasta el punto de que me tuve que levantar para acomodármela, acudir a los aseos y ponerme a salvo de sus indecentes proposiciones. Porque estoy segura de que ella sabía lo que hacía pues me había sorprendido mirándola y fue en ese momento cuando me sonrío y empezó a jugar con él. "He pillado a uno de los míos", debió decirse, porque probablemente su novio o su marido sean también del gremio y ella sabía de qué iba la película. Eso se notaba. Porque ella tenía experiencia, sabía lo que hacía y el efecto que causaba. Los demás tíos ni se dieron cuenta, ni se fijaron en ella, pero la chica si advirtió que yo prestaba atención a lo que hacía, que era "de los suyos" y entonces empezó a darme un recital. Era maestra en el arte del "shoe dangling". Matrícula de honor. Porque cuando vio que me levantaba y me iba a los aseos me sonrío con una inmaculada sonrisa y una perversa satisfacción personal. Estoy seguro de que ella mojó la braguita al ver el evidente resultado de su exhibición. No nos dijimos ni una palabra, pero estuvimos media hora hablando y follando a cinco metros de distancia. Hasta el punto de que cuando volví de los aseos ella estaba en la puerta fumando el cigarro post coito. Me río yo de la señora Robinsón de El Graduado. La naturaleza no está en el arte, sino en la vida. Y a dos palmos de tu narices si sabes mirar. Adoro a estas mujeres que saben conquistar a sus hombres, con armas típicamente femeninas. Tienen mucha belleza interior.

Mobusi