He leído que aumenta en Japón el fenómeno social de los “Hikikomori”; un palabro que describe a los jóvenes que se niegan a salir de su habitación para ir al trabajo o a estudiar porque creen que no pueden cumplir con su papel en la sociedad. Según las noticias este síndrome podía afectar a 1.200.000 personas y el Gobierno ha tomado ya cartas en el asunto. Pues me alegro porque yo siempre he sido un “Hikikomori” pero sufriendo mi padecimiento en silencio y sin que nadie me comprenda. De hecho me echaron de la Marina por “Hikikomori”, porque cuando había que levantarse para entrar en la guardia de mar yo me hacia el “Hikikomori”; es decir, que no aparecía por el puente porque no podía cumplir con el papel que la sociedad esperaba de mí. Dile a Marín que como siga haciéndose el “Hikikomori” lo arresto. Y me tenía que levantar ya que el médico no certificaba mi “Hikikomori”. Porque eso de no poder levantarme de la cama y salir de la habitación porque crees que no pueden cumplir con tu papel
en la sociedad, es lo que yo le he dicho siempre a mis novias y no me han creído. Ya estoy harta de ponerme yo siempre encima, decían ellas muy irritadas, egoístas y crueles que incluso querían hacerle trabajar a un enfermo Hikikomori. Es que hasta me tengo yo que bajar las bragas, porque tú te cansas, añadían muy tempestuosas. Así que yo sé mucho del “Hikikomori” y me alegro de que ahora vengan los japoneses e inventan el término que define perfectamente mi personalidad atormentada. Porque da gusto sentirse acompañado pues al saber que hay 1.200.000 personas más como tú te hace sentirte menos marginado. Y te sientes confortado, en compañía. Yo siempre he sido un “Hikikomori” vocacional, decía, aunque mis novias me llamaban golfo, gandul y sinvergüenza. Se conoce que no sabían japonés.