El pederasta que ha sido detenido como presunto asesino de una una niña en Huelva, tenía dos condenas pendientes de cumplir (más nueve causas judiciales), y pese a ello andaba suelto aunque se presentaba cada quince días en el juzgado y había pasado por varias dependencias policiales.
Este escándalo, por el que el Gobierno se ha rasgado las vestiduras, cómo no, ha sido propiciado por un cúmulo de incompetencia que afecta a jueces, policías y al propio Gobierno que parece que ahora silba y a mí que me registren. Se puede ser el "Justiciero de las mujeres", pero no de las niñas, negándote a ampliar las penas a los pederastas; esos "buenos salvajes" que merecen
redención, al contrario de los maltratadores de las mujeres que son irrecuperables.
El ministerio del Interior ha repartido un comunicado en el que asegura que jamás recibieron orden de detención alguna y le echan la culpa a los jueces; los jueces culpan a los funcionarios y éstos, suponemos que al ministro de Justicia que no les paga los mismos sueldos que cobran en las autonomías de privilegio, porque eso sí, en España hay privilegios de cuna y por el lugar de nacimiento. Ni los jueces, ni los funcionarios, ni los policías, ni el delegado del Gobierno, ni el ministerio, ni el Gobierno, ni la Junta de Andalucía, son responsables de nada porque ellos pasaban por allí.
Y a mí todo esto me parce muy consecuente porque después de todo es el esperpento de la España súper moderna, chachi piruli, que casa homosexuales pero que es incapaz de funcionar con un mínimo de solvencia. Larra lo previno hace 200 años y ahí seguimos. La España genuina y al alioli, chapucera y castaña que siempre le echa la culpa al delco o que deja ir al mar miles de hectómetros cúbicos de agua dulce, para luego desalarla kilómetros más abajo y llevarla de nuevo en barco desalada a donde la tiran al mar para que se sale.
La España palurda como la de Cieza, mi pueblo, donde los populares multan a los jóvenes que pintan por las paredes, mientras ellos mismos no se recatan lo más mínimo y pintarrajean los monumentos históricos pero en vez de con pintura con enormes letras de hierro; con un enorme "Érase una vez…" delante de un convento franciscano del siglo XVIII. Para dar ejemplo. España mismita, sin ir más lejos.