Ella se hundió en el sillón de cuero, observándole mientras se tambaleaba para ponerse en pie frente a ella. Durante casi un minuto permaneció en silencio, supervisando la trémula figura y los ojos humillados. La visión de su sufrimiento y su zozobra eran tan exquisita que prolongó el placer de mirarlo, que ya se transmitía a la meliflua suavidad de su vulva.
- No, Richard –dijo al fin. Hemos acabado las tarea escolares. Pero el resto de la tarde lo dedicaremos al castigo. ¿Comprendes lo que significa?
- Sí, señorita -murmuró dejando caer la cabeza.
- Entonces. ¿a qué estás esperando? Prepárate ahora mismo
- Oh, sí, señorita. Lo siento.
Y sus dedos desabrocharon torpemente los botones del pantalón y con un rápido movimiento de caderas, dejó que sus ropas cayeran al suelo. Harriet respiró hondo al ver sus nalgas desnudas y torneadas. Tanteo sus riñones con la vara observando el temblor que producía
la involuntaria contracción de sus músculos.
Y de repente, al ver la carne lisa, redondeada y desnuda, tan sumisa ante ella, y al pensar que pronto estaría bailando y estremeciéndose bajo el constante azote de la fusta, contuvo la respiración con feroz alegría. Dejando a un lado cualquier idea de una lectura preliminar, incapaz de esperar más tiempo, echó hacia atrás el brazo y le golpeó enérgicamente.
Al décimo latigazo se detuvo y dio un paso atrás.
- Nos tomaremos nuestro tiempo, Richard –dijo fríamente-. Tenemos toda la tarde por delante, sabes.
La institutriz inglesa - Autora anónima. Ediciones Alcor – Colección "La fuente de jade".