Los cuatro millones de parado y la dilapidación del superávit público en dos años nos han dejado al muchacho de León con el culo al aire, es decir, sin la suave brisa de Carlos Gardel en sus rubicundas mejillas de perpetuo adolescente que sueña con ser el Justiciero Universal entre los aplausos del orbe y su aclamación popular como el Redentor de la humanidad.
Ayer mismo proclamaba en Galicia que hay que acabar con el hambre en el mundo, cuando un millón de familias no tiene para comer a dos palmos de su sonrisa Profiden, y mientras lo sindicatos que defienden a los trabajadores están en paradero desconocido. O liberándose, que liberado se está más calentito.
Se acabó el paripé del Justiciero infantiloide que una vez despojado de la liviandad de la paja, no viene a dar el peso exacto de un talcualillo, de un muchachito de León que nunca
es responsable de nada (la culpa es de Bush o de Aznar), y que por tanto le da igual ocho que ochenta, alfil que caballo.
Y por eso se arremanga en medio de la recesión y le niega a los murcianos lo que les corresponde por el aumento de la población debido a la inmigración (y la necesidad de atenderlos en sanidad, educación y servicios sociales), pero le ofrece dadivoso 3.000 euros a Cataluña para que abran embajadas, redacten informes y propaguen el uso del catalán en Ecuador. Esto es demagogia, claro y a mucha honra, pero por mucho menos se tiró al monte el Ché Guevara.
Pero hay más, no se vayan, porque enfrente tenemos a una oposición de hace miles de años y que además es tan estúpida que o bien se espía entre ella o se deja envilecer por cuatro trajes. O a una agrupación de IU que con cuatro millones de parados y el país al borde de la quiebra social, anda muy preocupada porque el Parlamento repruebe al Papa y que los curas paguen las licencia de obras a los ayuntamientos.
"En estos tiempos de crisis no podemos renunciar a ese dinero", ha declarado un tal Willy Meyer que tiene nombre de macarra playero de Benidorm y que por lo visto espera que los curas empiecen obras en todas las sacristías y eleven el Producto Interior Bruto, previo pago de la licencia de obras.
Es probable que al final la culpa sea de la Iglesia por estar con los brazos cruzados y no hacer reformas y alicatar los claustros, según los criterios de esta peña que todavía no ha comprendido por qué ha huido Rosa Aguilar y por qué todos ellos caben en un taxi y hasta en un sidecar, si se aprietan.
Porque todo esto no es un chiste, "te lo juro que te mueras", sino la España real de pandereta y cantimpalo; el guiñol perpetuo del ruedo ibérico y los tíreres de la cachiporra. La España de "calcamonía", caspa, calimocho y escupitajo, "con dos cojones", como Zapatero, "ese hombre". O ese muchacho.