Y es una obra de arte, intemporal, que además te distrae y hace pensar, como el buen cine, porque recuerdo una escena en la que un robot le piden explicaciones a su Dios (el hombre que los ha creado), sobre el porqué de que su vida se acabe y ya no puedan seguir viviendo.
Pero la salvedad con nuestra vida es que el hombre de la película fabrica al robot para servirse de él y el Dios que nosotros idealizamos no parece que creara al hombre para servirse de él, sino con los mismos propósitos con los que nosotros parimos y criamos a nuestros hijos: para que nos lleven al fútbol en la vejez.
Bueno, y para otras cosas, claro. Pero no parece que haya mucha diferencia entre el amor de padre del de arriba y el amor de padre que pueda tener el de abajo. Lo demás son rabietas infantiles ante la oscuridad de la noche, como la de aquella poeta adolescente que le pedía a Dios responsabilidades porque ella no había pedido nacer, la habían traído a la tierra contra su
voluntad y por consiguiente que se atreviera Dios, si se atrevía (se envalentonaba en su poesía), a echarle a ella en cara que quisiera acabar con su vida, que quisiera suicidarse. ¡Que se iba a enterar!
La ecuación era más o menos ésta: yo no he pedido nacer; no me critiques si me mato, o algo así de perspicuo, que ya se sabe que la ignorancia es muy intrépida o que a cierta edad se es muy arrojado. Porque la cuestión no radica en que Dios se vaya a inquietar por su intento de suicidio, sino que el que tiene que estar preocupadísimo por ello, y mucho, es su padre de la tierra que debería intervenir y aplicarle unos pertinentes azotes en su culito, si se tercia.

Así que a uno se le antoja que el padre nuestro que estas en los cielos ha creado al hombre como los humanos crean también a sus hijos: libres para que incluso no los quieran o los metan en una residencia de ancianos. Lo que pasa es que a veces, le pedimos a Dios lo que no le pedimos a nuestros padres (terrenales). Pero vayan a verla. Merece la pena.