Antonio F. Marín: Ama tu soledad (17)

9 de julio de 2015

Ama tu soledad (17)

Buque Hidográfico "Tofiño"
Ayer me quedé clavado por el calor. No me podía mover, pero la que sí se mueve es la  concejal de IU Cristina García-Vaso, que se lo está currando de verdad y en pocos días  ya ha llevado a la práctica dos medidas que tenían que estar hechas hace siglos: las duchas para los inmigrantes y la apertura del comedor para los niños necesitados. Las cosas son como son y a cada cual hay que reconocerlo lo suyo, su mérito, su trabajo y su preocupación por los demás, en este caso los más necesitados. Creo que son pocos los pueblos en los que se atiende a los niños, pero me alegro de que Cieza sea uno de ellos.

Yo también estoy necesitado pero de ayuda existencial porque no sé si matar o no al electricisto que impide mis traslado al Paseo. Y además  no dejo  de leer a mis queridos congéneres y en esta disyuntiva  me encuentro con el consejo de unos de mis socios en la pobreza existencial: "Ama tu soledad y soporta el sufrimiento que te causa”, me dice Rilke (Rainer María sí), Pues no, pischa.  A mí no me produce dolor la soledad, sino regocijo. Se está de maravilla
viviendo solo.

Cuando estaba en la Marina y arribábamos a puerto me iba a un estudio minúsculo que tenía  alquilado muy cerca de donde atracaba el barco en Porto Pi, junto al palacio de Marivent. Luego nos mandaron un poco más allá, al  dique del Oeste y por seguridad real, porque ahí atracaba el Fortuna del rey, pero me pillaba cerca.

El único inconveniente es que todos los veranos, antes de que acudiera el rey y sus hijos,  te visitaba la Policía Nacional para ver tu documentación, de donde eras, etc. Porque un etarra estuvo a punto de dispararle al rey con una fusil de francotirador desde mi edificio pues se veía perfectamente Porto Pi, donde él atracaba el Fortuna. Y te molestaban cada vez que el rey venía o salía. Por eso el alquiler era más barato.

Los demás no lo entendían; no comprendían que me gastara el dinero en un estudio cuando podía vivir en el barco atracado al muelle. No sabían que no aguantaba a la mitad de ellos y huía.  Hay cosas que no soporto como la uniformidad. Una cosa es que te obliguen a llevarlo, por ley, y otra que te uniformes tú como hacen las niñas y adolescentes de Cieza.

Van todas con un pantaloncito corto vaquero y no se dan cuenta que para lucir esta prenda hay que tener culo y unos buenos muslazos. Pues no. Las hay huesudas que se los ponen y no les quedan bien.  Y además no se percatan de que van todas uniformadas como si fueran del mismo colegio. No lo soporto. No soporto la uniformidad, ni la vida en común.

Fetiche: medias con costura
Por eso recuerdo que cuando  trabajaba en La Opinión de Murcia alquilé un piso en el barrio del Carmen junto a otros periodistas y no me fue bien. Creo que éramos cuatro o cinco, pero empezaron a poner carteles para repartir las faenas (el lunes friega tal y el martes cual), y a decir qué se podía hacer y que no.

Algunos dejaban los platos sucios en el fregadero y eso lo odio. O que no usen la escobilla en el váter, que también lo odio y para mi es una justificación para matar. Así que los mandé a la mierda y me fui a vivir solo a un piso en la calle Santa Teresa, frente al antiguo edificio de la Once.

Me gastaba la mitad del sueldo en el alquiler y en una asistenta, pero vivía solo de maravilla. E incluso me negué a alquilarle una habitación a un becario que venía de Bilbao. Todo esto supongo que no le importa a nadie, pero  es un diario y aparte de política, también cuento mis menudencias que para eso está. Y el que no quiera que no mire ni se asome, oye.

Porque  al apuntar mis cosas las tendré ahí recogidas y archivadas por si algún día me da por escribir mis memorias, de un dromedario o de un hijoputa. Aunque me salgan muy fetichistas. Pero Pessoa, Pavese, Rilke o  Sartre son unos buenos maestros que escribieron sus diarios sin miedo. Camus no escribió diario, que yo sepa. Una pena. Pero Pavese incluso  se pasó en el suyo pero eso lo contaré otro día pues oigo ruido por la calle y supongo que Cieza se despierta. Comienzan a pasar coches, se oye el arrastrar sillas de la cafetería de enfrente y la gente cruza rauda por el paseo para ir al curro. Un día más. Y un día menos.

(Cieza, Diario de un  dromedario. 9 de julio)

Mobusi