Antonio F. Marín: ...no tengo nada que decir, excepto lo siento

17 de febrero de 2016

...no tengo nada que decir, excepto lo siento

Lo siento
Son mis confesiones y, si nada digo en ellas, es que no tengo nada que decir.  Otra vez el genial y depresivo Pessoa en El libro del desasosiego.  Cuando lo leo me pregunto si  eso no lo habré escrito yo. Y no lo he escrito, obviamente.

Envidio a aquellos de quienes se puede escribir una biografía, o que pueden escribirla la propia. En estas impresiones, sin nexo, ni deseo de nexo, narro indiferentemente mi biografía, sin hechos, mi historia sin vida. Son mis confesiones y, si nada digo en ellas, es que no tengo nada que decir. 

Más o menos lo que yo hago aquí, con dispar fortuna, y sin ánimo de nada. Es escribir por escribir como los niños o niñas, todos y todas, escriben sus diarios. Por lo que releo meses después no saco mucho provecho pues son pocas las entradas que pasan el corte, y de ser así y no sacarle utilidad para una nueva novela, lo dejaré en diario. Pero aún

no lo tengo decidido.

Hace frío. Son las 06:57 de la madrugada y además se me ha acabado el butano. No, estoy sin estufa por culpa de Repsol que me ha traído una botella defectuosa con el pitorro deformado y sin poder ponerle la capucha. No importa: aquí dentro no hace frío, pero fuera sí y además hay una neblina preciosa. Le hago foto pero no la pilla bien porque la oculta las farolas.

Esta mañana saldré bien abrigado al paseo aunque no hay caminata con mi hermanica pues se va a Murcia a no sé qué gestiones. Abrígate me dijo anoche al despedirse. Lo haré sólo con la música  que llevo puesta, el Woodtick Mix de  Moby y siguiendo el ritmo que marca el sintetizador. El programa del móvil que cuenta las distancias me dice que ando a casi 11 km/h y cuatro kilómetros todos los días por el Paseo Ribereño, pero le voy a proponer a mi hermanica que midamos el camino hasta la presa y vuelta cruzando el puente. Es más largo, pero hay que variar e ir a más.  No quiero perder la rutina porque luego cuesta cogerla. 

Ayer vi a la madre de X en el Mercadona. Creo que era ella porque la verdad es que está más joven, elegante  y guapa. Un bellezón, como la hija. Estuve tentado de pararla y pedirle perdón porque no es cierto lo que dije. Y aunque lo fuera yo no soy nadie para juzgarla. Porque de ser cierto lo que dicen las malas lenguas, y los hijos de puta,  yo he hecho cosas que son millones de veces peores. Fue cuando era joven y siempre de acuerdo entre todos.  Siempre. Y todos gozaban y lo disfrutaban. Eran felices.

Así que si ha sido cierto, ya digo, me imagino cómo ha sido y no pasa nada porque todo está permitido entre dos personas que se aman siempre que sean adultos y que no se haga daño a nadie. Lo decía San Agustín: "Ama y haz lo que quieras". Y entre dos personas que se quieren todo está permitido, ya digo,  siempre y cuando los dos lo deseen y sean felices. Y además yo no soy nadie para juzgar a nadie. Vive y deja vivir, ha sido siempre mi norma.

Y  estoy seguro de que de ser cierto lo que dicen, fue por amor y  los dos gozaron porque fue sano, seguro y consensuado. Hay que ser muy valiente para llevar las fantasías a la práctica. Así que más que criticarlos habría que felicitarlos por ser coherentes en una sociedad hipócrita. Y yo he hecho cosas mucho más graves y tengo fantasías mucho peores, ya digo, aunque siempre   por consenso entre dos personas que se aman. Por amor entre los dos y con la persona que te quiere con locura y a la que tú amas también con locura.

Pero creo que hice bien al no pararla porque me siento avergonzado por haber caído tan bajo. Ha sido el error más grave que he cometido en mi vida y la vergüenza me hace casi huir de Cieza, lo que ocurre es que no puedo. Tengo que quedarme. Pero no tengo perdón de Dios. Jamás podré perdonarme haber caído tan bajo.

El que estuviera borracho, que lo estaba y mucho, no es excusa. Por eso ayer bajé la cabeza y procuré no molestar, pasar desapercibido. Estoy avergonzado y esto durará años. No creo que pueda mirarlas a los ojos. Me siento horrorizado por haberme comportado así. Es la primera vez que me pasa en mi vida y por eso, lo que más miedo me da, es que puedo llegar a comportarme como un paleto palurdo más de los que siempre he huido. Que puedo llegar a ser un mierda como cualquier otro. Que soy uno más.  Y que  ya no tiene remedio.

Lo siento. No volverá a ocurrir de eso sí que estoy seguro. Obviando ciertas situaciones se evita el peligro. Supongo que esto nadie lo entenderá, pero yo sí. Y escribo para mí, no para los demás. Es probable  que  no esté cuerdo pues estos  apuntes que por aquí escribo, sin orden ni concierto, me recuerdan al loco que se escribía cartas así mismo. ¿Y qué te dices? , le preguntó otro. Joder, espera a que mañana  reciba la carta y te lo digo. Pues eso.

Afortunadamente estas cartas de loco no las lee casi nadie y no creo que puedan saber a qué me refiero. Son mis cosas, mis confesiones que espero que nadie entienda. Lo siento, de verdad.

Buenas noches y buena suerte 

Agenda: Pasear sólo, no sé si llegar a la presa o no. Lo decidiré cuando salga a las 10:30. Pastilla.  Ver cómo queda la columna del sábado de El Mirador en la biblioteca.  Enviarla antes de las siete de la tarde. Ver lo escrito en verano, lo que he salvado y decidir si vale para novela o lo dejo en diario. Todavía no lo sé. Dice mi hermanica que para qué pongo  aquí la agenda. Son manías. Es que así, al hacerla pública, me comprometo a cumplirla. Es como si me coaccionara a mi mismo. Como una promesa que tengo que cumplir. Por eso la hago pública, para obligarme a cumplirla, para disciplinarme y obligarme.  Son manías, ya digo. Por cierto: hoy se me ha olvidado escribirme la carta. Y echarla al correo.

Mobusi