Antonio F. Marín: Chinarro

24 de noviembre de 2017

Chinarro

La vida sigue, pese al bureo de los supremacistas catalanes y aunque a la vuelta del cementerio ya sólo seas polvo, esquela y olvido. Así que iremos a lo nuestro porque ya no importa mucho lo que acontece más allá de mi ventana. Ni oigo el tronar de tambores y cornetas. Ya van cuatro novelas escritas, cientos de columnas, cientos de reportajes, cientos de crónicas y cientos de fracasos.

No tiene uno fuerzas ni para «fracasar mejor» como recomendaba Samuel Becket pues a mi edad ya está todo el pescado malvendido y no queda nada por pretender pues las ilusiones son ya cantos rodados que el agua va limando con la perseverancia de los años. Y al final quedan en sencillo chinarro.

Quizás algunos andemos hartos de intentar arreglar el mundo a golpe de paletadas de granitos de arena cuando otros lo parchean raudo con sus tuits a 140 caracteres por minuto. Enhorabuena. Pero servidor ya no tiene agallas para bregar más cuando la empresa consiste en tirarse el farol, miss Mundo, de traer refugiados y alojarlos entre los otros refugiados del barrio de la Fuensantilla, que siguen tal cual de menesterosos. Y cobijar además a los trabajadores refugiados del campo que huyen para encontrar trabajo en el del campo, cuando lo de las frutas. Van a faltar duchas en el polideportivo.

La que llevo ahora será la quinta y última novela y por eso no tengo prisa, ya digo; los años andan contadicos y cojitrancos. Incluidos los pases mirando al tendido pues calculo que serán ocho o diez más de holgura pero... no hay prisas. Como nos previene el clásico «cuanto más deseos se siembran, menos felicidades se cosechan».

Miro a los jóvenes que empiezan y me dan envidia y pesadumbre porque sé que la ilusión que ellos tienen jamás volveré a tenerla, y soy consciente de que a la mayor parte de ellos les espera el ceremonial del fracaso. Palabra de un imbécil malogrado cuyo único consuelo es que lo he intentado. Me he jugado vida, soltería y hacienda por mor de lograr un sueño que cada vez se aleja más y te saca más ventaja. «El silencio es el único amigo que jamás traiciona», nos advertía Confucio. Por eso a veces es mejor dejarlo, parar, y perder los sueños como si fueran esa calderilla que miras y ya no tienes ganas ni de agacharte a recogerla. Así que todo es predicar en el desierto, sin eco, porque lo que busca el personal es `pasarratarse´ con aventuras e historias, que eviten pensar, pues el único sentido de la vida que encontramos es `enjugascarse´ buscándoselo.

Y con la quinta se acabó. Es sembrar en erial y está uno harto de rastrillar pedregal una y otra vez. Y otra. Y otra. Y…no lo echo de menos pues no se puede echar de menos lo que nunca se ha tenido. Hay que saber poner el FIN, que nos hace por fin humanos. O chinarro, no sé.

Columna publicada en el periódico El Mirador de Cieza.

Mobusi