Explosión de color y fantasía, suelen titular los periódicos con motivo del Carnaval. Explosión de cursilería, titulo yo de las gala de los Goya porque es el apogeo  de lo cursi y  la esencia de la cursilería.  El quiero y no puedo; el quiero imitar la gala de los Oscar pero como no puedo porque me falta   elegancia, prestigio  y saber estar, la imito con retales y cuatro zurcidos e improviso una mala imitación pueblerina con vestidos de marca que les quedan como a Pepiño Blanco un chaqué con boina. Odian el cine americano pero pierden el culo por pillar un Oscar e imitan su gala. Es el odio del mediocre que envidia 
el genio.    
Porque lo  cursi no es el tono afectado de la poesía amorosa (aunque la Academia lo considere también en una acepción), sino el querer pasar por fino y elegante cuando no lo eres, cuando sólo eres  un paleto de provincias que quiere imitar el prestigio del Imperio y quedas en esperpento valleinclanesco. La gala de los Goya parece diseñada por Valle Inclán después de una borrachera de absenta, porque es lo cursi por antonomasia, el colofón de la cursilería ramplona de baja estofa que pretende darle un barniz de finura a brochazos de pardal vestido de smoking y seda. 
Una gala cursilona, ya digo, en la que un  caricato de la izquierda casposa, reaccionaria y machista del "himen reparado" (de las mujeres de primera mano, según El País), pidió  la disolución  de la Conferencia Episcopal aunque no especificó si para disolverla iba  a enviar a los grises, al comando del GAL o   a la policía que avisa a los terroristas para que huyan. No lo concretó,  pero conviene ir tomando en consideración  la  intimidación   de este  bufón subvencionado porque en España cuando esta morralla   totalitaria  amenaza con "disolver", suelen  arder iglesias. Con esta ralea de baja estofa,  ni una broma.